El prevencionista de riesgos, ese profesional que aparece en plena faena para detener lo que parece andar bien, que interrumpe con un “esto no cumple el protocolo” justo cuando todo el equipo quiere avanzar. Y claro, a veces se le mira con recelo, como al que viene a poner trabas en vez de soluciones. Pero, ¿qué pasaría si no estuviera?.

En Chile, donde hay rubros productivos que muchas veces empujan los límites por cumplir metas y plazos, la prevención suele quedar relegada. Se piensa como un trámite, sin embargo, detrás de cada medida, hay una historia no contada de accidentes evitados. De familias que no tuvieron que llorar a un hijo, a una madre o a un compañero. El problema es que lo que no ocurre, no se nota. 

En una cultura “apurar la cosa” es bien visto, decir “esto no está seguro” es casi un acto de valentía. Pero es que el trabajo no puede costar vidas. Ningún bono, ningún plazo cumplido vale más que volver a casa. Por eso, la prevención no es sólo tarea del experto, sino de todos. El autocuidado, es una responsabilidad compartida. El que ve el cable pelado, el piso resbaloso, la escalera sin baranda, todos pueden decir algo.

Muchos han cambiado la mirada del prevencionista, por experiencias propias o cercanas, donde por ejemplo se detuvo una faena justo antes de un derrumbe. Nadie salió herido. Pero pudo haber sido otra historia. ¿Cuántas veces preferimos avanzar sin preguntar, por miedo a parecer exagerados? El pensamiento preventivo debe ser parte del ADN laboral. Y no sólo en las grandes industrias, también en oficinas, pymes, en el almacén del barrio.

Al final del día, nadie debería salir de su casa para terminar perdiéndola. El desafío está en que cada persona, desde su rol, se convierta en un prevencionista en potencia. Que miremos al colega como alguien a quien cuidar. Que entendamos que un minuto detenido puede evitar años de dolor. Y que detrás de cada protocolo hay un solo objetivo, que todos volvamos, sanos y salvos, al calor de nuestra familia. 

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Autor: Máximo Martínez Campos